Los dos jóvenes -él y ella- se aventuraron a abrir una puerta de hierro en el sótano de su edificio de pisos para ver que contenía. A la tenue luz de sus linternas pudieron ver los escombros del pasado; muebles rotos, latas de pintura, maquinaria inservible cuyo propósito no era aparente a simple vista. El recinto en tinieblas conducía a otro pasillo… no, varios… que conectaban a otros túneles de servicio de edificios contiguos y, según los rumores circulados por sus amigos, con el sistema del tren subterráneo. Crudos grafitis de índole sexual y satánica ocupaban algunos de los muros, señal inequívoca de que otros habían llegado este sitio, y tal vez repetidas veces. La decisión que enfrentaba la pareja era muy sencilla... ¿Qué camino a seguir?
A comienzos de los 80 los periódicos comenzaron a publicar extrañas historias sobre jóvenes de ambos sexos que intentaban jugar el juego Dungeons and Dragons en vivo, transcendiendo el medio de papel, lápices y figurillas de plomo, a menudo con consecuencias desastrosas. Para comienzos de los 90, sus hermanos menores seguirían el mismo derrotero, pero sin miras a jugar ningún juego, limitándose a entrar en lugares prohibidos por la sociedad de sus mayores. No se limitaban a los túneles ni sótanos de edificios conocidos, sino a instalaciones totalmente abandonadas, desde fábricas hasta antiguas bases de proyectiles teledirigidos. La prensa los bautizó "exploradores urbanos" (urban explorers, en inglés) y sus actividades fueron asociadas con la moda gótica urbana y el interés posmoderno por el pasado; las autoridades los condenaron como intrusos y delincuentes y se hizo lo posible por desalentar sus exploraciones. Pero la exploración urbana pasó a convertirse en un fenómeno a nivel mundial y en ciertos países como Holanda ha inspirado una corriente artística que se interesa por las estructuras abandonadas: juntos forman una cultura exclusiva interesada en realizar excursiones a sitios prohibidos; las trastiendas de los hoteles, salas de hospitales abandonados, y peligrosos túneles subterráneos.
En el transcurso de sus aventuras en las tinieblas creadas por la mano del hombre, los exploradores urbanos han realizado descubrimientos insólitos... algunos que rayan en lo paranormal.
Explorando manicomios
En 1998, la revista Weird New Jersey recibió el siguiente mensaje de un explorador urbano adolescente que solo dio su nombre como "Creed". El intrépido Creed decidió ir solo (acción sumamente insensata y nunca recomendada por los exploradores urbanos más avezados) y explorar uno de los lugares más extraños del estado de Nueva Jersey: el abandonado manicomio de Upper Saddle River, situado en la ribera del mismo río en un lugar boscoso denominado Darlington Park. Según cuentan las leyendas locales, el impresionante y tenebroso edificio había sido propiedad de una orden religiosa que también administraba el manicomio. A comienzos de 1900, algunos de los recluidos se rebelaron contra los religiosos, matando a varias monjas y un sacerdote. Poco después del incidente, las autoridades locales clausuraron el manicomio, temiendo que se repitiese el incidente en esta comunidad que ya iba convirtiéndose en una de gran lujo. Ingresando en la estructura, Creed se apercibió de algo raro: a pesar de ser un edificio abandonado durante casi un siglo, había luz en una de las ventanas. ¿Quien hacia uso de esta estructura tan lóbrega y destartalada? Muy probablemente deambulantes y vagabundos que corresponden a las "tribus urbanas" del noreste de Estados Unidos.
Si la experiencia de este joven hubiese sido única, no pasaría ser más que una anécdota curiosa. Sin embargo, otro investigador, visitando el manicomio de Cedar Grove en South Orange, descubrió durante la inspección minuciosa de los cuartos abandonados del recinto un dibujo pintado sobre un muro; dos ojos con una frase que rezaba: "We watch always" (vigilamos siempre). "Uno de los hallazgos más espeluznantes", según el corresponsal anónimo, "fue una muñeca bebé ensangrentada con colorante artificial y descuartizada". La instalación representaba un paraíso para miembros de las contraculturas o adoradores del demonio, con sus túneles llenos de escombros que conducían a otras secciones del inmueble abandonado, sillas de ruedas destartaladas, equipo de electroshock abandonado y ficheros llenos de expedientes con datos personales de pacientes que murieron hace décadas.
Pero la investigación mas inquietante de este manicomio abandonados fue la realizada por Mark Moran a fines de los 90: Moran, veterano explorador urbano, decidió enfrentar a su grupo de exploradores al enorme predio de Cedar Grove, conocido formalmente en los mapas bajo el nombre Essex County Hospital Center, instalación que lindaba con tres municipios dada su extensión. Al igual que el investigador anónimo, Moran se sintió atraído por este complejo de edificios abandonados debido a las innumerables leyendas urbanas que circulaban sobre el mismo: que era un nido de satanistas, que los locos aún vivían en el laberinto de túneles abandonados, y más estremecedor aún, que muchos pacientes que habían sido dados de alta décadas atrás habían regresado al lugar, como limaduras de hierro atraídas por el imán, al no tener dónde ir. No cabía duda de que Cedar Grove y su enigma representaba un misterio tan digno como el de Tiahuanaco o Stonehenge.
Conduciendo su automóvil a través de las comunidades suburbas de North y West Caldwell, dignas de una teleserie sobre la vida en Estados Unidos, Moran y su grupo llegaron a la entrada del presidio abandonado, franqueando la barrera con el herrumbroso letrero de "NO PASAR". Esquivando los edificios administrativos, los exploradores urbanos se dirigieron hacia uno de los muchos edificios que en su momento habían alojado a los recluidos. Uno de ellos, totalmente arruinado, ostentaba en los peldaños de la entrada las palabras Beware of Ghost (cuidado con el fantasma) pintadas en escalones sucesivos. En el pasillo podía leerse otra frase pintarrajeada, Welcome to Hell (bienvenidos al infierno).
Lo más estremecedor de este "pueblo" de la enfermedad mental es el buen estado que aún conservaban algunos de los implementos que existen dentro de los edificios: las camillas tenían colchones razonablemente nuevos y limpios y los tocadores aún conservaban sus gavetas. Los exploradores no encontraron señales de que el edificio había sido ocupado por animales; los perros y gatos asilvestrados que a menudo toman posesión de las estructuras abandonadas por el hombre. Pero el corazón les daría un vuelco al ver que un rostro contemplaba sus acciones desde lo alto del segundo piso: la faz de un demonio displicente, ejecutada con pintura atomizada por un artista desconocido. Esto era precisamente lo que habían venido a buscar los exploradores.
Descubrieron que otro edificio en el campus -el hospital mental Overbrook- tenía sus instalaciones más o menos intactas y razonablemente limpias, incluyendo las celdas para pacientes peligrosos y sus ataduras de cuero. Un vecino de la localidad, que acostumbraba a visitar las ruinas para dar ejercicio a su perro, informó a los exploradores urbanos que se le ocurrió entrar en Overbrook un buen día "porque escuchó un zumbido muy raro saliendo de uno de los cuartos abandonados". Su sorpresa fue mayúscula al descubrir que la habitación supuestamente abandonada estaba abarrotada de equipo de comunicación. "No sé si alguien utilizaba la parte superior del edificio abandonado como estación de transmisión o de relé, pero me dio escalofríos encontrar este corazón electrónico latiendo en el cadáver de un edificio muerto".
Los descubrimientos en Overbrook nos instan a la reflexión. Si bien es cierto que la población de deambulantes en Estados Unidos va en aumento con cada tropiezo de la economía, estos no tendrían ni el dinero ni el deseo de instalar equipo sofisticado en un edificio que les serviría de albergue, prefiriendo casi seguramente gastar lo poco que puedan tener en algún medio de calefacción para aguantar los rigores del invierno. Los satanistas que se valían del abandono de algunos de los edificios para sus aquelarres tampoco necesitarían aparatos tecnológicos (aunque podemos suponer que un sistema de comunicación privado para la secta resulta verosímil. Pero fundamentándonos en los primeros hallazgos de Mark Moran y otros exploradores impactados por el detalle de la limpieza y novedad de ciertas partes de los edificios abandonados, incluyendo las celdas acolchadas, ¿sería ilógico suponer que estas estructuras pudieran estar al servicio de los productores de películas pornográficas letales (los famosos y legendarios "snuff films"), o peor, lugares dónde pudieran acabar cientos de personas que desaparecen año tras año, torturados y luego muertos a manos de sádicos?
Una experiencia similar aguardaba a otro explorador urbano -Pete Katsos- en otro hospital para enfermos mentales que había sido clausurado.
Katsos describe su investigación del Greystone Park Psychiatric Hospital en Morris Plains, también en el estado de Nueva Jersey, en el mismo lenguaje que reservaríamos para la exploración de la selva o las profundidades de la tierra. "He visto cosas y máquinas sobre las que tan solo puedo limitarme a especular. Hay enormes calderas que en su momento cocinaron alimentos para miles de personas a la vez. He visto celdas para los locos de atar y enormes cunas humanas para aquellos con la mente totalmente vacía. Sólo puedo conjeturar sobre lo que se hacía en el quirófano subterráneo que descubrimos, o los grandes apriscos en las catacumbas. Para nosotros fue una experiencia sin precio, pero el precio fijado por el departamento de servicios humanos de Nueva Jersey, cuando nos pillaron, fue un multa de $150 dólares y cinco días de trabajo comunitario”.
La exploración de manicomios abandonados no está limitada a los habitantes de Nueva Jersey. A miles de kilómetros de distancia, el explorador urbano conocido por el mote "Jester" informó a Cassandra Szklarski del rotativo Canadian Press (11.01.03) que el logro más enorgullecedor de su grupo de aventureros, los West Coast Explorers lo había sido el hospital psiquiátrico Riverview en Coquitlam, Columbia Británica, un complejo con numerosos edificios empleado como decorado para numerosas películas.
Moscú, mi amor
No es a menudo que una publicación tan ilustre y respetada como The Bulletin of Atomic Scientists -famosa por el "reloj del juicio final" que aparece en la portada de cada ejemplar- aborda un tema que se sale claramente del tema que le ocupa. Pero los descubrimientos realizados por los exploradores urbanos denominados Excavadores del Mundo Subterráneo en Moscú claramente merecían aparecer en las páginas de tan prestigiosa revista.
Desde que Vadim Mikhailov vio las profundidades de la capital rusa a comienzos de 1970, viajando junto a su padre, maquinista del famoso subterráneo moscovita, se enamoró perdidamente de los lugares oscuros hechos por la mano del hombre. Al cumplir los doce años, Mikhailov y sus amigos, ya protoexploradores urbanos, comenzaron a realizar viajes cada vez más osados en las profundidades de una ciudad en pleno control del régimen soviético.
Internándose en las profundidades a través de las bocas de acceso en las calles y los sótanos de ciertos edificios, los jóvenes llegaron a descubrir un mundo desconocido para sus mayores: los refugios antiaéreos situados bajo el Leningradsky Prospekt y el almacén de la Academia de Oceanografía. Como diría el propio Mikhailov en la entrevista que le hiciera Andrei Ilnitsky: "Imagina caminar por pasillos que parecen interminables mientras algo te gotea desde arriba, y con la luz dispar de las linternas, te encuentras repentinamente en un cuarto lleno de tanques de formol que contienen distintos monstruos marinos".
La madurez hizo que Mikhailov y sus compañeros de aventuras tomaran un acercamiento más sistematizado a sus exploraciones, conservando apuntes detallados, mapas y planos de los distintos niveles que existen bajo Moscú -entre seis y doce- que incluyen antiguos sistemas de alcantarillado, los cimientos de edificios, el basamento de muchas fuentes y los restos de sistemas pluviales construidos bajo el reinado de Catalina la Grande.
Entre los peligros de las exploraciones subterráneas figuran las tribus urbanas que ocupan los niveles próximos a la superficie: los túneles adyacentes a las vías del subterráneo albergan gitanos, refugiados políticos y ermitaños, que se disputan el control del inframundo -cual película de ciencia ficción- con los excarcelados, ya que la ley rusa prohíbe que estos vivan dentro del perímetro urbano de Moscú. Los egresados del sistema penal ruso ocupan sótanos con buena ventilación y varias salidas, viviendo en grupos que se rigen por "la ley de la cárcel".
Pero el inframundo no es como lo pinta la ciencia ficción: hay lugares que gozan de calefacción, radio, televisión, en dónde se puede cocinar y dónde viven familias enteras, cuyos padres salen todos los días al trabajo por las bocas de registro. Esto no significa que Mikhailov y su grupo no han enfrentado descubrimientos horrendos, como cadáveres descuartizados en las alcantarillas. El explorador urbano recuerda haber encontrado los restos de un vagabundo que perdió la vida durante una pelea.
Moscú, durante casi setenta años una ciudad llena de secretos, cuyos mapas urbanos jamás revelaban lugares precisos por motivos de seguridad militar, protegida por un sistema antibalísitco único el mundo, resulta tener pies de barro como cualquier otro gigante. Los exploradores urbanos han detectado que la mayor vulnerabilidad de la ciudad consiste en la incapacitación de sus enormes escaleras eléctricas, que no están protegidas y cuyo acceso es fácil. Es posible entrar al mismísimo Kremlin desde tales lugares.
Gracias a la información suministrada por Mikhailov y su grupo, el consejo citadino de Moscú ha tomado en serio la posibilidad de un ataque subterráneo, sobre todo con base en una experiencia sufrida por los Excavadores del Mundo Subterráneo. Cuenta el explorador urbano que su grupo llegó a ver individuos camuflados que llevaban máscaras y portaban potentes lámparas halógenas. Nadie afirma conocer la identidad de estos extraños, ni lo que hacen en las profundidades. "Si existe otra organización como la nuestra explorando las profundidades, ¿quiénes son?" pregunta Mikhailov. "No se trata de una fuerza militar ni policiaca. Los servicios de seguridad del estado reiteran que sus efectivos no operan debajo de la ciudad".
Pero los niveles aún más alejados de la superficie contienen verdaderos misterios: ríos y canales subterráneos, lugares llenos de cráneos y osamentas -- victimas de ladrones cuyos restos fueron descartados donde nadie los encontraría --, un sistema férreo construido por el dictador Stalin para transportar soldados y bombas de un lado de la ciudad a otro, laboratorios químicos clandestinos que parecen haber sido abandonados después de algún experimento fallido...pero esto no es nada en comparación con lo que vieron debajo de la catedral de Cristo el Redentor.
Los exploradores urbanos descubrieron un refugio antiaéreo con tres mil butacas situado justo por debajo de la iglesia. "Aunque no se nos permitió la entrada, el deán de la catedral nos pidió que sacáramos un envase sellado y cubierto con eslóganes comunistas. El deán se refirió al extraño envase como la "anticápsula", empleando el mismo tono reservado para discusiones sobre el Anticristo”. Debajo de la clínica Skliffasovsky, los exploradores urbanos vieron personas vestidas como monjes, portando antorchas y rodeando un extraño altar de piedra, realizando alguna especie de ritual y cantando. Al ver a los exploradores, los "monjes" huyeron.
La principal meta de los Excavadores del Mundo Subterráneo, según su fundador, consiste en localizar la biblioteca subterránea que supuestamente contiene la colección de pergaminos y libros bizantinos trasladados a Moscú en 1472 como parte del ajuar de bodas de la emperatriz Sofía Paleólogo. "Creemos que dicha biblioteca se encuentra aún bajo Moscú, probablemente en una cámara construida al estilo egipcio, y que aún resulta posible encontrarla junto con el tesoro que Iván el Terrible obtuvo tras el asedio de Kazán".
Los secretos del abismo
El explorador urbano japonés Taiju Fubuki comenta que el peor peligro que ha tenido que enfrentar en sus investigaciones ilícitas has consistido en ser atacado por un perro salvaje y haberse cortado la muñeca con un pedazo de vidrio. "En Japón", agrega, "nunca se sabe cuando la madera podrida en estos lugares va a desmoronarse".
En un país rígidamente conformista como Japón, las correrías de Fubuki atentan contra el orden establecido. El explorador y sus amigos recorren el casco urbano de Osaka tomando fotografías a edificios en ruinas y estructuras abandonadas, gozando de la sensación de que el tiempo se ha congelado mientras que exploran lugares desocupados por décadas. Los exploradores japoneses no caben en una categoría específica. "Hay los que están interesados en la arquitectura reciente o antigua, hay los que gustan de tomar fotografías, y también hay bastantes personas interesadas en el ocultismo". Fubuki pasa a explicar que los nipones, al igual que los celtas, sienten fascinaciónn por los cuentos de fantasmas y que "muchos de los exploradores urbanos son fundamentalmente cazafantasmas. Aunque en definitiva he visto fenómenos misteriosos y extraños durante mis exploraciones, y le saco fotos a todo, puedo decir jamás he fotografiado un fantasma".
A juzgar por varias listas de internet dedicadas a la exploración urbana, existe un marcado interés en lo paranormal por parte de los que practican este deporte. Aunque muchos afirman que no hace falta darle matices sobrenaturales a la exploración urbana, otros opinan lo contrario. La ciudad de Victoria (Columbia Británica) supuestamente dispone de una extraordinaria red de túneles que se remonta a la época de la llegada de los chinos a la costa del Pacífico canadiense y estadounidense. Los túneles permitían el tráfico ilegal de chinos y de opio, sirviendo posteriormente como casas de juego clandestinas. Algunos exploradores, cuyos nombres no pasan de ser apodos en Internet, como en el caso de "Creed", afirman que la mayoría de los túneles ha sido destruida por la creación de cimientos cada vez más profundos para los edificios en la superficie, pero los que sobreviven están siendo usados por los adeptos de sectas extrañas. Esto no resulta sorprendente, ya que la secta a la que pertenecía David Berkowitz, el infame "hijo de Sam" cuyos asesinatos en serie conmovieron la urbe de acero en 1977, solía reunirse en el parque Untermeyer de Nueva York, ocupando una estructura de servicio abandonada.
Además de los satanistas existen los adoradores de los supuestos "reptiloides" que la tanto la ciencia ficción como la creencia paranormal colocan por debajo de las montañas y ciudades del oeste de Norteamérica. Muy conocida es la leyenda de la ciudad reptiloide que supuestamente existe bajo Los Angeles, California, pero menos conocidos son los casos de encuentros con dichos seres en la superficie y en las entradas a distintos túneles y minas abandonadas.
Según las tradiciones de la tribu Hopi, existió una raza de "hombres lagarto" en las profundidades de la costa del Pacífico. Una de estas urbes estaba situada bajo el monte Shasta. En 1972, un montañista afirmó haber visto un humanoide reptiloide, vistiendo pantalones y camisa, desplazándose por las laderas.
En 1930, el ingeniero en minería Warren Shufelt indicó al periódico Los Angeles Times que una civilización no humana de casi cinco mil años de edad existía debajo de la ciudad, y que era necesario llegar a ella. Un jefe Hopi había informado a Shufelt que los hombres lagarto tenían tablillas de oro que resumían la historia del mundo, la creación de la humanidad, y la narrativa de su propia especie. Aplicando sus conocimientos, Shufelt determinó que una de las cámaras de tesoro se encontraba a 350 pies de profundidad debajo de la calle North Hill; la cámara con las tablillas de oro estaba justo por debajo de la plaza Times-Mirror, y que también existían respiraderos que apuntaban hacia el océano Pacífico. Shufelt desapareció poco después de anunciar estos descubrimientos, y el asunto quedó en el olvido. Décadas más tarde se descubrirían túneles bajo la ciudad, pero se les ha asociado con estructuras creadas para la importación ilegal de mano de obra china (como en el caso de Victoria) y posteriormente de alcohol durante los años de la "ley seca".
A comienzos de los 90, la revista Strange Magazine publicó un mensaje enviado por una mujer que había tenido un encuentro espeluznante en las profundidades de su propio edificio de pisos.
En 1948, Virgina Staples vivía en Bremerton, Washington en un edificio con un sótano de dimensiones superlativas. Los muros del sótano estaban llenas de agujeros y el gerente del inmueble decía que era posible llegar a las aguas del Pacífico mediante algunos de ellos. A la señora Staples le tocaba lavar la ropa y secarla en dicha parte del viejo edificio, cuando un buen día sintió que algo la miraba.
Al dar la vuelta, percibió una cosa horrenda que acababa de salir de uno de los boquetes. "Era tan alta como yo (1,50m) y tenía un cuerpo anaranjado, piernas como las de una araña y antenas sobre su cabeza que se movían de un lado a otro. Aquello se movió en mi dirección y salí corriendo. Subí a mi piso e hice mis maletas, mudándome para Seattle a casa de mi primo. Posteriormente fui a una tienda de animales a ver si era posible ver algo que se pareciese remotamente a lo que vi, y la única comparación era con un camarón. Tuve pesadillas terribles durante muchos años. Hace unos años tuve el valor de visitar Bremerton de nuevo, pero la marina de guerra ha expandido tanto que el viejo inmueble en la calle Denny ha sido destruido. Nadie creería lo que estoy diciendo, pero juro a Dios que así fue".
Aunque comenzamos a alejarnos de las experiencias de los exploradores urbanos de nuestra época, cabe señalar que la lista de experiencias raras bajo nuestras ciudades no tiene fin. Uno de los casos más significativos, según los trabajos del investigador Ron Calais, sucedió en 1963 durante el derrumbe de una mina de carbón en el estado de Pennsylvania, EUA. Los mineros Dave Fellin y Henry Throne afirmaron haber visto cómo se abría la pared de una de las galerías de la mina para revelar una "hermosa luz azul y una bellísima escalinata de mármol que conducía a las profundidades" y unas personas ataviadas "de forma rara" que los miraban extrañados. Tanto Fellin como Throne insistieron en que estaban plenamente despiertos durante el incidente y que no se trataba de una alucinación producida por el trance en que se hallaban.
Cinco años después, los obreros que excavaban un túnel para el metro de la ciudad de Londres tendrían una experiencia parecida: trabajando debajo del río Támesis, el obrero Lou Chalmers sintió que algo le tocaba la espalda. Al mirar, comprobó horrorizado que se trataba de una figura gris con los brazos extendidos. El fornido trabajador puso pies en polvorosa, diciendo posteriormente, "no me detuve a ver detalles, sencillamente corrí". Otro trabajador tuvo una experiencia tan estremecedora que subió a la superficie, se tomó un trago en un pub cercano, y renunció al trabajo.
Según el veterano investigador Brad Steiger, un detalle más siniestro tomó lugar durante otro derrumbe minero en 1936 -el famoso derrumbe de Moose River- cuando los mineros atrapados en las galerías dijeron haber escuchado "risa como de niños" y figurillas que se alejaban con lo que parecía un quinqué poco antes del derrumbe. Los atrapados insistieron en que la risa infantil pudo escucharse por espacio de 24 horas. ¿Delirio producido por el aire viciado, o duendes haciendo travesuras mortales? Tal vez haya algo en las viejas leyendas germánicas sobre los kobolds que compiten contra los humanos por las riquezas de la tierra, y que dieron su nombre al mineral cobalto.
¿Habrán sido los kobolds responsables también de la desaparición de un minero inglés en Bedlington Colliery, Northumberland? Las operaciones de dicha mina carbonífera cesaron por una semana entera en 1928 mientras que las autoridades intentaban establecer el paradero de un minero que había ido a la galería más profunda para relevar a uno de sus compañeros. El desventurado nunca llegó y no volvió a saberse de él, a pesar de que un lado de la galería estaba reforzado con una empalizada de madera, más allá de la cual estaban las galerías viejas y pozos llenos de agua. No había evidencia de que el desaparecido hubiera intentado franquear esta división artificial, y que tampoco tenía motivos para hacerlo. La sección abandonada de la mina fue explorada y se sondaron los pozos sin obtener resultados.
Conclusión
La humanidad ha sentido fascinasen por el mundo desconocido bajo nuestros pies. Nuestros antepasados lejanos se internaban en las profundidades en busca de cobijo o para cazar animales salvajes, dando pie a toda suerte de leyendas sobre monstruos que vivían en las entrañas de la tierra. Generaciones posteriores crearon catacumbas para eludir la persecución religiosa y ciudades enteras como la turca Derinkuyu para ser asolados por fuerzas beligerantes. No debe sorprendernos que una nueva generación sienta interés genuino por estos misterios, especialmente en el Tártaro de hormigón y acero que ocupa el fondo de nuestras ciudades y los templos a la soledad que son nuestros edificios abandonados. ¿Existe algo extraño bajo nuestros pies? La pregunta no tiene respuesta fácil.
John Keel, en su obra maestra Las profecías del hombre polilla, comenta la odisea de un tal Rex Ball -ingeniero estadounidense que afirma haberse encontrado con una base subterránea bajo el manto granítico que cubre el estado de Georgia. La instalación estaba poblada de "hombrecillos de aspecto oriental" y algunos oficiales estadounidenses. Cuando su intrusión en esta enigmática base fue detectada, uno de los oficiales dio la siguiente orden: "Háganlo quedar como un loco". Ball despertaría posteriormente en un campo abierto, sin saber a ciencia cierta lo que le había ocurrido. Keel opina que todo este fenómeno parece obedecer la misma consigna: "Háganlos quedar como unos locos".